Los Maderenses: El Origen

A través del portal fue arrojado hacia un bosque olvidado por el tiempo, un lugar de pureza sin malicia, donde aún cantaban los vientos primigenios: el Santuario de la Cotorra Serrana Occidental.

Los Maderenses: El Origen

En la vasta inmensidad del cosmos, donde incontables estrellas nacen y mueren en un silencio solemne, el universo despliega su eternidad indomable. Entre nebulosas de fuego y polvo, galaxias en colisión y agujeros negros devorando luz, un pequeño sistema brilla como una chispa diminuta: el Sistema Solar.

En el tercer planeta de esta danza cósmica, cubierto de océanos que reflejan la luz y continentes entrelazados con brumas, la vida respira y florece en formas que desafían la imaginación. Este punto azul pálido, conocido como la Tierra, guarda secretos tan profundos que incluso sus habitantes, con su infinita curiosidad, apenas han arañado la superficie de su misterio.

Al acercarnos, la curva de su horizonte revela océanos interminables que susurran con su movimiento constante, y tierras que serpentean como las venas de un organismo vivo. En el hemisferio occidental, el continente americano emerge bajo un manto de nubes que se desvanecen con la luz del sol. Más cerca aún, al norte de México, se alza la Sierra Madre Occidental, una espina dorsal verde que se extiende con majestad por el paisaje.

Allí, en el corazón del estado de Chihuahua, entre montañas cubiertas de pinos y valles salpicados de niebla, descansa un pequeño pero vibrante poblado: “Madera”.

Al inicio de su avenida principal, la Glorieta de los Venados se alza como el símbolo icónico de Ciudad Madera, un lugar donde la grandeza y la humildad chocan con una ironía deliciosa. Allí, frente a las imponentes letras de «Madera» que proclaman con orgullo el nombre del lugar, un perro callejero, de pelaje áspero y cubierto de polvo, mastica un hueso con la misma devoción que un rey saboreando un banquete. Ajeno al bullicio del mundo y a los sueños de grandeza que la glorieta intenta transmitir, el perro se queja de dolor entre mordiscos, mientras sus ojos, oscuros y profundos, reflejan la implacable persistencia de la vida incluso en los rincones más humildes (y polvorientos) del universo.

Todo parece tranquilo. Insignificante, tal vez. Pero bajo esta capa de aparente normalidad, en el interior de aquel perro callejero, una dimensión completamente diferente aguarda. Un mundo que está a punto de revelar la batalla que definirá el destino de todas las realidades.

Lo que parece un simple acto cotidiano —un perro alimentándose— oculta una historia mucho más compleja. Si el ojo humano pudiera enfocar su mirada y descender más allá de los límites de su percepción, atravesando la vasta escala microscópica, se encontraría con un universo paralelo y frenético.

A medida que el enfoque aumenta, los detalles cambian. Los pelos ásperos del perro se convierten en estructuras similares a vastos bosques de fibras entrelazadas, danzando con el movimiento del viento invisible. Cada hebra se extiende como un camino interminable, con raíces de queratina sumergiéndose en una piel que parece un paisaje desértico, cuarteado y vivo.

Más abajo, cruzando la epidermis, el panorama se transforma. Ríos de células fluyen con un propósito, sus membranas reflejando destellos como si fueran seres individuales en una metrópolis biológica. La complejidad se multiplica a cada paso: una danza organizada entre tejidos y sistemas, en la que cada elemento parece moverse al ritmo de una sinfonía invisible.

Pero este orden aparente está lejos de ser pacífico. En una región profunda del organismo, un caos absoluto reina. A medida que el descenso continúa, emergen los vestigios de un enfrentamiento: membranas desgarradas, citoplasmas derramados, y estructuras moleculares colapsadas, como si una batalla hubiera devastado este microcosmos.

En el corazón de este caos, una nave intracelular se abre paso desesperadamente entre canales linfáticos que se retuercen como ríos en tormenta y arterias colapsadas que laten débilmente, atravesando un paisaje de devastación molecular. Este rincón vibrante del Microverso, donde las células vivían como individuos en un cosmos propio, ha sido reducido a un caos indescriptible. La armonía que una vez definió este entorno biológico ha sido destruida, y ahora, en un vasto canal linfático donde la linfa fluye con la fuerza de torrentes salvajes, un grupo de células guerreras huye, llevando consigo el Desgarrador de Realidades, un artefacto de incalculable poder que podría alterar el destino de todo lo que existe.

Cada miembro de este grupo lleva en su interior un propósito único, pero juntos comparten una carga colosal: proteger el Desgarrador de Realidades. Forjado en los albores de la existencia, este objeto tiene la capacidad de rasgar la estructura misma del espacio y el tiempo, absorbiendo y colapsando dimensiones enteras en un vacío infinito. Su poder es tan vasto que incluso los guardianes que lo portan apenas pueden comprender su alcance.

Por ahora, su única esperanza es llegar al santuario conocido como el Nexus Cromosómico, un lugar legendario donde las energías vitales del organismo convergen y donde podrían resguardarse del imparable enemigo que los acecha.

Detrás de ellos, el Vorathón avanza, una pesadilla viviente que trasciende las leyes de la biología. Su estructura amorfa, era como una amalgama de energía destructiva. Sus tentáculos, pulsantes y erráticos al buscar la energía de cada célula, desgarran proteínas y desintegran membranas celulares con un solo roce, dejando tras de sí un vacío irrecuperable. Cada movimiento suyo parece devorar el espacio a su alrededor, acelerando su persecución.

El rugido del Vorathón, una resonancia cuántica que hace temblar las paredes moleculares del canal linfático, se aproxima. El grupo de células, impulsado por el instinto de supervivencia y la misión que juraron cumplir, aceleraba, pero la presión del enemigo se intensifica. El tiempo es un lujo que ya no tienen.

 

En el puente de mando de la nave intracelular Vitae Liberum, este grupo de héroes lucha contra el tiempo y el caos, unidos por una causa que supera cualquier límite: detener al Vorathón y salvaguardar el artefacto más poderoso jamás conocido.

 

Capitán: Tionex (la Membrana Primaria)

Poder: Su membrana celular tiene un control absoluto sobre las barreras. Puede reforzar estructuras, proteger aliados y crear campos impenetrables.

Personalidad: Sereno y visionario, es el líder natural, capaz de tomar decisiones rápidas bajo presión.

“Si caemos, Vorathón no solo devorará nuestra dimensión, sino todas las que existen. ¡Sigan, y no miren atrás!”

Teniente de Navío: Gronix (el Núcleo Estelar)

Poder: Controla el flujo de información genética, permitiendo adaptaciones rápidas y potenciando las habilidades de sus aliados.

Personalidad: Estratega implacable, su mirada siempre está en el panorama completo. No muestra emociones fácilmente, pero su lealtad es inquebrantable.

“Tionex, las rutas están colapsando. Si tomamos el conducto mitocondrial, podemos ganar tiempo”.

Jefe de navegación: Zelra (la Cilio sombra)

Poder: Utiliza sus cilios como radares ultrasensibles, capaces de detectar rutas seguras y desvíos inesperados. En combate, sus movimientos son tan veloces que parece teletransportarse.

Personalidad: Intrépida y carismática, siempre encuentra la manera de levantar la moral incluso en los peores momentos.

“¡Por ​​aquí, rápido! Si ese engendro nos alcanza, ni siquiera quedará polvo de nosotros.”

Datos: Lymon (el Citoplasma Viviente)

Poder: Es un maestro de la comunicación intracelular. Puede coordinar cientos de señales al mismo tiempo, uniendo al equipo con precisión absoluta.

Personalidad: Pragmático, lógico, pero con un toque de humor sarcástico que aligera la tensión.

“Según mis cálculos, tenemos un 5% de probabilidad de sobrevivir. ¡Él trabajó con peores probabilidades!

Ingeniero quántico: Korim (la Mitocondria Desatada)

Poder: Genera energía pura en forma de explosiones mitocondriales, alimentando al equipo en momentos críticos o lanzando ataques devastadores.

Personalidad: Apasionado y algo temerario, pero su genio es indiscutible. Siempre tiene una solución, aunque sea arriesgada.

“¡Yo me encargo del túnel! Pero no me piden que sea sutil.”

El grupo se abre paso a través de un túnel microscópico, sus cuerpos vibrando con la energía de la persecución. Detrás de ellos, Vorathón ruge:
“¡No pueden escapar, insignificantes! Todas las realidades serán mías”.

Mientras Zelra guía al equipo por un conducto estrecho, Lymon detecta que Vorathón está utilizando un pulso de energía para bloquear su ruta.
“¡Nos está cercando!”
Korim, con una chispa en los ojos, responde:
“Entonces abramos un nuevo camino”.

Con una explosión de energía mitocondrial, abre una grieta hacia el Nexus Cromosómico, pero el esfuerzo drena gran parte de su fuerza. Mientras el equipo se adentra en la grieta, Tionex siente un peso en su núcleo. El Desgarrador de Realidades comienza a pulsar como si estuviera vivo, y una voz etérea le susurra:
“Tú me trajiste aquí, pero quizás sea tu propia dimensión la que colapsa primero”.

El Nexus Cromosómico brillaba intensamente frente al grupo de células, iluminando su camino hacia la salvación. Cada miembro del equipo sintió la euforia de la victoria al alcance. Estaban a segundos de cruzar el portal y alejarse para siempre de la amenaza que representaba el Vorathón.

Pero entonces, como un suspiro apagado, el Nexus dejó de brillar. El portal colapsó en un silencio aterrador, dejando una estela de vacío.

– ¡No! —exclamó Zelra, su cilio vibrando frenéticamente mientras intentaba analizar lo ocurrido.

Lymon no tardó en confirmarlo, su voz llena de desesperación:
—El organismo ha perdido su energía vital. Hemos perdido el Nexus.

Al fondo del canal linfático, la monstruosidad del Vorathón se hacía cada vez más grande. Su masa amorfa se contorsionaba, deformando el espacio celular mientras lanzaba un rugido que resonaba como una tormenta de mil realidades colapsando.

Tionex se giró hacia su equipo desde el puente de mando de su nave intracelular, que ahora flotaba inmóvil, sin energía. Su membrana, normalmente imponente, muestra grietas de desgaste. Sabía que este era el final.

—Hemos luchado con todo lo que teníamos. Si caemos hoy, que sea sabiendo que dimos todo por la vida que juramos proteger. Fue un honor servir con ustedes.

Pero antes de que pudiera terminar, Korim lo interrumpió con un grito cargado de determinación.
—¡No hemos terminado todavía!

El ingeniero quántico dejó su puesto y corrió hacia el centro de la nave, donde reposaba el artefacto: el Desgarrador de Realidades. Era un objeto fascinante, creado de un material casi mítico llamado Espectrium, una sustancia única capaz de almacenar y manipular cantidades inconmensurables de información y energía en una escala inimaginable. Su superficie parecía líquida y sólida al mismo tiempo, cambiando de forma como si respondiera a pensamientos invisibles.

Korim colocó sus manos sobre el Desgarrador y lo activó. El aire dentro de la nave cambió al instante. Un corte invisible apareció frente a ellos, como si una cuchilla etérea hubiera rasgado la tela misma de su realidad. La grieta se expandió lentamente, revelando algo imposible: una dimensión completamente diferente. Era como mirar a través de un espejo roto hacia un universo donde las leyes de la física parecían bailar y fluir en formas incomprensibles.

—¡Korim, no sabes lo que estás haciendo! —gritó Gronix, su voz llena de alarma.

Korim, con una sonrisa que era a la vez triste y resuelta, respondió:
—Si el Vorathón obtiene esto, no habrá más dimensiones que salvar. Nuestra realidad está perdida, pero tal vez podamos darle una oportunidad a otra.

Mientras el Vorathón se acercaba, su forma grotesca empezaba a llenar la nave con su presencia oscura. Sus tentáculos cuánticos rompían las paredes a su paso, su rugido ensordecedor resonando como un eco de destrucción.

Tionex reaccionó rápidamente.
—¡Rápido! Pasemos el Desgarrador a la nueva dimensión. ¡Es nuestra única esperanza!

Con un esfuerzo final, el equipo levantó el artefacto y lo lanzó a través de la grieta. Mientras el Desgarrador desaparecía en la nueva dimensión, el corte comenzó a cerrarse, como si la realidad estuviera sanando la herida.

El Vorathón lanzó un grito desgarrador, un sonido de pura frustración. En el último momento, trató de lanzarse hacia la grieta, pero fue demasiado tarde. La rasgadura se cerró frente a él, dejando solo un vacío silencioso.

Dentro de la nave, el equipo observará cómo el Vorathón se detenía, su forma comenzando a colapsar sin el Desgarrador como su ancla. Su figura grotesca se desintegró en un estallido de partículas que se desvanecieron en el vacío celular.

Tionex cerró los ojos, dejando escapar un suspiro largo y pesado.
—Lo logramos… salvamos todas las dimensiones.

El equipo, agotado pero lleno de un extraño alivio, se unió en un momento de silencio. Habían perdido su hogar, su realidad, pero habían asegurado que el monstruo no podía destruir todo lo que existía.

El Desgarrador de Realidades cruzó la barrera de las dimensiones y fue arrastrado por un agujero de gusano donde el tiempo y el espacio se retorcían como un espiral infinito. Cada giro provocaba perturbaciones en mundos enteros, colapsando realidades menores como si fueran simples espejismos.

De pronto, al frente, una grieta luminosa se abrió y mostró, como un relámpago de visión cósmica, el nacimiento violento de una tierra antigua. Aproximadamente hace 30 millones de años, en la era Terciaria, una furiosa cadena de erupciones volcánicas elevó la Sierra Madre Occidental. Durante 10 millones de años, el fuego, el magma y el movimiento de placas moldearon una de las regiones más abruptas del planeta: el sistema de barrancas del Cañón del Cobre.

Fue ahí, entre las fracturas milenarias del río Huápoca y el cauce indómito del río Aros, donde el artefacto finalmente emergió. A través del portal fue arrojado hacia un bosque olvidado por el tiempo, un lugar de pureza sin malicia, donde aún cantaban los vientos primigenios: el Santuario de la Cotorra Serrana Occidental.

El DDR cayó entre árboles gigantescos y ríos transparentes. Su brillo menguó, pero su poder no desapareció. Se hundió en la tierra, envuelto por raíces profundas, protegido por la armonía del bosque. Allí latió en silencio durante siglos, absorbiendo la energía vital de cada hoja, cada rama, cada ave que cruzaba el cielo.

Hasta que algo cambió.

Sintió una vibración nueva, antigua y peligrosa a la vez. Una presencia oscura, antinatural… se aproximaba.

En ese preciso instante, una serpiente colosal cruzó su santuario. Al sentirla, el DDR reaccionó. Un pulso de energía brilló en su núcleo y lanzó un rayo que impactó directamente sobre el reptil. La criatura se retorció, pero no murió: fue enlazada.

Ahora, su cuerpo y su alma estaban ligadas al artefacto. La serpiente se convirtió en su protectora. O en su esclava.

Y así, en las profundidades de la Sierra, comenzó a gestarse un nuevo capítulo.

Una historia de poder, destino y redención.

Una historia que estaba a punto de despertar…

Los Maderenses.

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