La vida, en uno de sus incontables capítulos, nos demuestra que sigue fielmente los pasos de su guía.
La naturaleza, un espectáculo de proporciones cósmicas, orquesta su danza desde los misteriosos quarks, las partículas más ínfimas del universo, hasta las colosales estrellas como Canis Majoris. Este equilibrio, que ha perdurado a lo largo de inmemoriales eones, es el telón de fondo de un incesante drama que se despliega en los confines del espacio.
En las profundidades de la realidad, en un reino que escapa a la comprensión humana, los quarks se unen misteriosamente para formar protones y neutrones, los cimientos de la materia. Esta danza subatómica es la raíz de todo lo que conocemos, un abrazo cósmico que da origen a la asombrosa diversidad de la vida en nuestro planeta. Átomos y moléculas se combinan en una sinfonía química infinita, la base de la biología y la química, permitiéndonos existir y explorar el vasto universo.
A medida que ascendemos por la jerarquía cósmica, nos encontramos con gigantes como Canis Majoris, titanes ardientes que desafían nuestra comprensión. Estas colosales estrellas, miles de veces más masivas que nuestro Sol, irradian luz y energía que nutre el espacio interestelar. Sin embargo, también llega el momento en que su propia gravedad las condena a la explosión, liberando elementos que se dispersan por el cosmos, sembrando las semillas de nuevas estrellas y planetas.
En esta danza cósmica, la naturaleza mantiene un equilibrio tan perfecto que desafía la imaginación. Desde los quarks hasta Canis Majoris, cada componente interpreta un papel fundamental en la sinfonía de la vida. Cada estrella, cada partícula, cada forma de vida, contribuye a un orden universal que escapa a nuestra comprensión. La maravilla de la naturaleza radica en su capacidad para equilibrar lo microscópico y lo macroscópico, lo íntimo y lo vasto, en una armonía eterna.
Sin embargo, el curso de la historia toma un giro inesperado en un rincón remoto del universo conocido como JADES-GS-z13, donde hace 8 mil millones de años, se gestó una tragedia que sacudiría los cimientos de la creación. En aquel distante momento, un meteorito, remanente de una explosión cósmica acontecida 320 millones de años atrás, albergaba en su interior materia de propiedades extraordinarias destinada a forjar nuevos mundos. Este meteorito colisionó de manera cataclísmica con una de las estrellas más majestuosas de la galaxia.
La colosal explosión que siguió al impacto arrojó el contenido de este meteoro al vasto espacio. Uno de sus fragmentos, impulsado por fuerzas enigmáticas, emprendió un viaje solitario que se extendió por incontables eones. Durante 8 mil millones de años, este errante celeste siguió su rumbo, sin alteraciones en su trayectoria, mientras presenciaba con asombro cómo el oscuro vacío se transformaba en una maraña de pequeñas luces que crecían y se entrelazaban, tejiendo una red de luz, color y energía en medio de la oscuridad eterna.
Fue entonces, ante este vagabundo del espacio, cuando emergió la majestuosa Vía Láctea, con sus espirales colosales y sus fuerzas gravitatorias sobrecogedoras. La influencia de esta vastedad cósmica empezó a tomar posesión del viajero, arrastrándolo hacia un destino ineludible. A medida que se acercaba al Brazo de Orión, parecía destinado a colisionar con una monumental barrera. Sin embargo, al atravesarla, se reveló un interior aparentemente vacío, salvo por una luz centelleante en su centro, que crecía vorazmente.
Esa luz, una diminuta chispa en el abismo sin fin, encarnaba el sistema solar, hogar de una inmensa variedad de mundos y vida. En un giro súbito y despiadado del destino, las fuerzas gravitatorias del Sol y Júpiter entablaron un macabro juego con este intruso cósmico, arrastrándolo sin piedad hacia su destino final: la Tierra.
El tiempo corre, y en cuestión de horas, el planeta azul se verá amenazado por la llegada de este cuerpo errante, sin que sus habitantes tengan la más mínima pista de lo que se avecina. En un fugaz instante, el errante viajero colisionó con la atmósfera del planeta, estallando con un estruendo atronador y liberando su contenido en las nubes que se dispersaron sobre Campo el 3, en el municipio de Madera. Las consecuencias de este impacto serían inminentes.