En la oscuridad de una noche sin luna, la niebla espesa se arremolinaba como un manto frío alrededor de las casas abandonados de Cd. Madera. Las calles estaban desiertas, sumidas en un silencio inquietante, roto solo por el eco lejano de un aullido siniestro.
Un ser encapuchado y envuelto en una túnica negra avanzaba con sigilo entre las sombras, su paso cauteloso era apenas audible sobre el pavimento húmedo. Llevaba una máscara antigua que ocultaba su rostro por completo, como si temiera ser descubierto por algo que acechaba en la niebla. Su corazón latía con fuerza en el pecho, y sus manos temblaban bajo la tela oscura.
Fue entonces cuando, al doblar la esquina de la Ave. Tercera, frente a la fachada de Constru Express, el enmascarado se detuvo en seco. Su mirada se posó en un pequeño niño de no más de siete años, quien caminaba solo por la calle desierta, con lágrimas en sus ojos. El parecía perdido y vulnerable, pero lo que más inquietó al enmascarado fue el rostro del niño pequeño.
El niño, en un sollozo silencioso, volvió su mirada hacia el encapuchado, revelando un rostro grotesco y aterrador. Su piel pálida estaba estirada de manera anormal, como si estuviera atrapado en un perpetuo grito de sufrimiento. Las encías del niño se extendían hacia abajo, dejando a la vista filas de colmillos afilados que parecían ansiosos por la carne.
Las cuencas de los ojos del niño estaban vacías y desoladas, sin rastro de humanidad en su mirada. En lugar de una nariz, solo se apreciaban dos orificios negros y húmedos, como si el niño buscara percibir el mundo a través de ellos, como un depredador en la noche.
El enmascarado contuvo el aliento, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. La escena que tenía ante sus ojos era una pesadilla hecha realidad, una visión aterradora que desafiaba toda lógica y razón. El, con su rostro deformado, permanecía inmóvil, como si esperara algo en la oscuridad de la noche. La niebla espesa envolvía a ambos, como un manto de terror que amenazaba con engullirlos por completo.
De pronto, en medio de la espesa niebla, aquel pequeño niño soltó un rugido que hizo temblar los cimientos de la realidad. Su grito aterrador parecía surgir de las profundidades del mismísimo infierno, resonando en el alma del encapuchado con una intensidad que cortaba el aire. La boca del niño se estiró más allá de toda lógica, descendiendo hasta su cintura en una grotesca distorsión de la anatomía humana.
Sus extremidades, antes pequeñas y frágiles, se alargaron a un tamaño monstruoso, como si hubieran sido estiradas por manos infernales. Los dedos se retorcían en garras retorcidas, listas para desgarrar la carne del encapuchado. Con cada paso, el niño demoníaco avanzaba con determinación, sus pasos crujían sobre el pavimento como el regreso de un trueno.
El encapuchado, atrapado en una pesadilla viviente, retrocedió horrorizado ante la visión aterradora que tenía delante. El mundo a su alrededor parecía distorsionarse, y la niebla se cerraba en torno a ellos, como si la realidad misma estuviera siendo devorada por la oscuridad.
Justo cuando aquel demonio estaba a punto de alcanzar al encapuchado, cuando las fauces horripilantes estaban a punto de cerrarse sobre él, un estruendo ensordecedor cortó el silencio de la noche. Un disparo resonó como el juicio final, y una bala certera encontró su camino hacia en la región temporal de la cabeza del monstruo abominable.
La carne del niño demonio se desgarró en un estallido de sangre oscura y viscosa, salpicando al encapuchado con su siniestra esencia. El demonio cayó al suelo en un torbellino de agonía, sus extremidades retorciéndose y convulsionando mientras emitía un grito estremecedor. La pesadilla se desmoronó, pero la escena macabra quedó grabada en la mente del encapuchado, quien luchaba por recuperar su aliento mientras la niebla retomaba su espesor, ocultando los horrores que acechaban en la penumbra.
El disparo resonó en el aire como un eco en el abismo, y el arma temblorosa estaba en manos de Yandel, quien quedó atónito ante la pesadilla que se estaba desarrollando ante sus ojos. La oscuridad de la noche parecía haberse apoderado de su alma, y en ese momento, cuando la niebla envolvía todo en su abrazo gélido, una voz desgarradora rasgó la noche.
Era Dandy Kahlo, su voz traspasando el miedo y la desesperación, gritando: “¡Corran todos al gimnasio! El disparo atraerá a más demonios”. El pánico se apoderó de todos, y como un enjambre de almas condenadas, corrieron hacia el Gimnasio Municipal. Empujones y jaloneos se convirtieron en el caos que los llevó a través de las calles oscuras, y en medio de la huida, se llevaron consigo al encapuchado, quien se debatía en su máscara y túnica negra.
El grupo apenas había avanzado hasta llegar al Paricutín, cuando de la nada, como un presagio de pesadilla, surgió un demonio de cabello largo. Cayó sobre uno de los hombres que cargaba a un anciano, como un chubasco de hielo mortal. Los gritos de terror llenaron la noche, y el demonio se balanceó con una ferocidad inhumana.
Dandy y los demás, en medio de la confusión, voltearon un tiempo para enfrentar una imagen aterradora: más demonios se precipitaban hacia ellos, como sombras hambrientas que se arrojaban sobre su presa. Algunos se quedaron atrás, disfrutando del festín siniestro que habían encontrado, mientras que otros avanzaban con determinación hacia el grupo de Dandy.
Uno de los demonios, con garras afiladas y ojos enloquecidos, logró dar un golpe al anciano más joven, arrancando su máscara y antes de que la transformación se completara, los demonios, en un frenesí de violencia, lo despedazaron por completo, su cuerpo desgarrado en un espectáculo dantesco. La sangre y los alaridos llenaron el aire, otorgando un macabro interludio a la pesadilla que los perseguía.
Sin embargo, este horror momentáneo también les otorgó un respiro, permitiendo a Dandy y sus acompañantes llegar al Gimnasio Municipal, donde las sombras de los demonios quedaron temporalmente a raya, pero el miedo y el horror aún acechaban en cada esquina de la noche, como si la oscuridad misma estuviera ansiosa por devorar sus almas.
El Gimnasio Municipal se convirtió en su refugio precario, una isla de seguridad en medio de la pesadilla que se desataba en las calles de Cd. Madera. Dandy y su familia, junto con Yandel, el hombre y su hijo que provenían del asilo, los dos ancianos con miradas aterradas, el único sobreviviente del grupo de rescate que había respondido al llamado de Dandy y, finalmente, el misterioso encapuchado, todos llegaron al interior del gimnasio.
El silencio era sepulcral, solo interrumpido por la pesada respiración agitada de quienes habían escapado de los dedos de la muerte. El terror palpable se aferraba a sus almas, y las miradas se entrelazaban en un mudo reconocimiento de que habían entrado en un lugar donde la realidad y la pesadilla se entrelazaban de manera inextricable.
El encapuchado, ese enigma viviente, se encontraba en el centro de atención. La tensión en la habitación era palpable cuando se quitó su túnica y máscara, revelando su verdadera identidad. El impacto fue como un rayo que recorrió a todos los presentes, un choque de incredulidad y miedo que se reflejó en sus ojos aterrados.
En ese momento, el misterioso encapuchado quedó expuesto, su rostro al descubierto. Las miradas de los demás se clavaron en él con una mezcla de asombro y esperanza, mientras intentaban procesar la revelación que se les acababa de mostrar. Los susurros ansiosos y las preguntas sin respuesta llenaron el aire.
La identidad del encapuchado era un enigma que no encajaba en el mundo que conocían, y la tensión en el gimnasio era palpable. Las preguntas ardían en sus mentes: ¿Qué secretos guardaba este hombre? ¿Qué relación tenía con los demonios que los habían acosado? Mientras se hallaban en el refugio del gimnasio, el suspenso aumentaba con cada segundo que pasaba, y la sensación de que la verdadera pesadilla aún no había hecho su última jugada se apoderaba de todos los presentes.
Mientras Nene Cortillo observaba con asombro el espantoso espectáculo que se desplegaba en la tercera a través de las ventanas del gimnasio, una comprensión inquietante lo invadió. Los demonios, esas abominaciones terribles, parecían estar ligados de manera inextricable a la niebla que había envuelto la ciudad. Por más feroces y enormes que eran, se veían impotentes ante la barrera de la ausencia de niebla, como si la misma oscuridad les negara la entrada.
Nene comprendió que los demonios no podían ver más allá de la niebla espesa, ni rastrear lo que no estuviera en contacto con ella. Una epifanía escalofriante lo invadió: esa niebla que los había aterrado y perseguido era su única salvación, un muro de protección que los separaba de los horrores que se cernían afuera. Ese conocimiento proporcionó una satisfacción de esperanza en medio de la oscuridad, pero también le recordaron lo vulnerables que eran.
Cuando Nene se volvió hacia las personas en el gimnasio, vio reflejado en sus ojos un sentimiento compartido de asombro y gratitud. Lo veían como a un salvador, como alguien que había descifrado el enigma de la niebla y les había proporcionado un refugio seguro en medio del caos. Pero, en lo más profundo de su ser, Nene sabía que este era solo el comienzo de su lucha contra los demonios que aún acechaban más allá de la niebla, y el suspenso en el gimnasio se cernía como una sombra insondable, recordándoles que la verdadera. Pesadilla aún estaba por desvelarse.