Hoy me propongo ofrecer una explicación, basada en mi comprensión, acerca de por qué los ojos de los influyentes empresarios se dirigieron hacia la Sierra Madre del Norte, que actualmente se conoce como Sierra Madre Occidental.
En artículos anteriores, nos sumergimos en la historia de los orígenes del municipio de Madera, desde la llegada de los primeros seres humanos a este continente hace aproximadamente 40 mil años antes de Cristo, hasta su establecimiento oficial en 1911. Hoy, cambiaremos el enfoque y exploraremos las razones que despertaron el interés de numerosos individuos y empresas del siglo XIX en la explotación de esta rica zona boscosa. Para ello, adentrémonos en la historia de los españoles en ese período y descubramos la perspectiva que tenían sobre el mundo que los acogía en aquellos años.
Comenzaré señalando que los conquistadores castellanos procedían de dos de los tres estratos claramente definidos en la sociedad de esa época: la alta nobleza, la baja nobleza y el pueblo común (los plebeyos). La alta nobleza estaba compuesta por 25 familias de condes, duques, marqueses, príncipes y reyes que se consideraban emparentados entre sí, y que gozaban de suficientes honores y riquezas como para embarcarse en la arriesgada promesa de “explorar América”. Sin embargo, la mayoría de los miembros de esta alta nobleza que llegaron a estas tierras lo hicieron de forma temporal, generalmente como virreyes de alguno de los reinos de Indias.
Por lo tanto, el estrato predominante entre los conquistadores fue el de la baja nobleza, compuesto por caballeros o hidalgos de capa y espada, así como los hermanos y hermanas menores (y sus descendientes) del primogénito varón que heredaba la gran fortuna familiar. Estos individuos merecían el tratamiento de “don” o “doña”.
“La pequeña nobleza, ya sea por linaje o méritos personales, tenía la posibilidad de aspirar a cargos públicos. Para lograrlo, además de gestionar el favor de figuras influyentes en la corte, debían cumplir principalmente tres requisitos:
Demostrar pureza de ascendencia: Se esperaba que no tuvieran antepasados moros, judíos o africanos, al menos hasta la generación de sus tatarabuelos.
Ser bautizado y seguir la fe católica (cristiano viejo): Los aspirantes debían ser descendientes de matrimonios consagrados por la Iglesia y practicar la doctrina católica.
No haber ejercido nunca ocupaciones consideradas viles o mecánicas.
Como se puede apreciar en aquel período histórico, se concedió una gran importancia a aspectos que tenían poco que ver con la destreza o las habilidades necesarias para desempeñar una función o trabajo. Más bien, estas consideraciones estaban vinculadas a la riqueza que uno poseía. Mientras que la nobleza residía principalmente en las ciudades, la mayoría de la población, superando el 80%, eran plebeyos que vivían en las zonas rurales y se dedicaban al trabajo del campo. A excepción de algunas regiones de Galicia, que se consideraban las más atrasadas de los reinos, estos plebeyos tenían la libertad de mudarse.
Sin embargo, es importante destacar que el atractivo del oro podía elevar a alguien a las más altas esferas sociales, como ocurrió en el caso de Francisco Pizarro, quien fue nombrado marqués en recompensa por enviar aproximadamente 30 toneladas de plata y oro al monarca castellano, como parte de su participación en el saqueo del imperio incaico. Esto ilustra cómo el saqueo proporcionaba una vía rápida hacia la riqueza y el reconocimiento social.
Lo expuesto previamente pone de manifiesto las frágiles bases en las que se sustentaban los valores de esa época, desencadenando una sociedad polarizada entre opresores y oprimidos, regida por la ley del más fuerte. Esta situación, si bien guarda similitudes con la realidad actual, se caracterizaba por ser aún más brutal y devastadora, culminando en la conquista y el genocidio de los pueblos americanos.
En una época posterior, durante el siglo XIX, tras las expediciones de Carl Lumholtz que dieron a conocer las abundantes riquezas naturales de la región, comenzaron a manifestarse las huellas culturales dejadas por la sociedad europea. Esta sociedad se regía por la ley del más fuerte, caracterizada por hombres que vivían en un constante estado de preparación para la guerra, capaces de lograr lo inimaginable gracias a su valor físico y su incansable determinación. Sus relaciones interpersonales se basaban en un estricto código de honor, y reservaban su respeto para aquellos que habían acumulado riquezas mediante la fuerza de las armas en el lugar del trabajo manual.
En lo anterior, podemos discernir que la carencia de una cosmovisión más profunda, que incluyera el amor por el prójimo, el respeto, la tolerancia y muchos otros valores, desencadenó una serie de eventos que culminaron en la desaparición de innumerables pueblos antiguos en América. Sin embargo, es importante recordar que no debemos juzgar los errores del pasado con el conocimiento del presente.