Eran los tiempos de la Revolución Mexicana, casi un año después de que iniciara, el Sr. Don Abraham González, Gobernador del gran estado de Chihuahua, declarara a San Pedro Madera como la cabecera municipal del municipio de Madera. La noticia viajó veloz hasta las oficinas de la Sierra Madre Land and Lumbre Company, en lo que antes fue Ciénega de San Pedro, donde detenidamente el Sr. William C. Green, con un gesto de preocupación en su rostro, leía la noticia preguntándose ¿Qué cambios traería esto para su compañía?
El tiempo pasó, es 20 de noviembre de 1912 y el presidente municipal, Gumercindo Terrazas se encontraba escribiendo una carta al presidente de la república Francisco I. Madero en la que le comentaba de un extraño suceso ocurrido días atrás durante una tormenta. Comenta que en el punto más turbio de la tormenta, el horizonte rumbo al oeste se tornó rojo, verde, blanco y negro, por lo que organizó al día siguiente una pequeña expedición con campesinos locales que durante días buscaron cualquier indicio que diera explicación a aquellas extrañas luces, pero no tuvieron éxito y después de varios días decidieron volver, pero no con las manos vacías, pues de regreso se toparon con un santuario de setas que nunca antes habían visto. Todos los campesinos se apearon de sus caballos comenzaron la recolección, algunos minutos pasaron cuando se escuchó a lo lejos el grito de Gladis, la cocinera, había encontrado una enorme seta blanca , parecía un enorme pan con azúcar glass. Todos vieron aquel trofeo que la naturaleza le tenía preparado a Gladis que, sin pensarlo, lo corto de tajo y lo metió en su mochila y continuaron su camino hacia Madera. Al llegar al pueblo, todos prepararon las setas recolectadas en la orilla del pueblo, era un festín, pero aquí ocurrió algo que nadie puede creer. Gladis al preparar su gigantesca seta se mostraba como toda una artista de la cocina creando más de 30 quesadillas de aquella seta, todos aplaudimos por tan gran hazaña y de mi persona surgió la idea de que ella tenía que comerse la primer quesadilla, ella aceptó y al darle el primer bocado, algo ocurrió en ella que le impidió parar de comer, acabó con todas las quesadillas, pero ya no era ella, sus ojos se tornaron color gris y su piel comenzó a cambiar de aspecto, deshidratándose y cayéndose, lo que dejó ver su carne y como pequeñas fibras blancas poco más gruesas que un cabello comenzaban a devorarla por dentro hasta que se convirtió en cenizas.
La carta concluía diciendo:
Estimado señor presidente,
Solicitamos su apoyo y le pedimos que envíe toda la ayuda posible. Hasta el momento, únicamente los integrantes de la expedición tienen conocimiento de este suceso, y he tomado medidas para mantenerlos aislados de los demás campesinos con el fin de evitar la propagación del pánico.
Agradecemos de antemano su pronta atención a este asunto tan apremiante.
Sin más por el momento, quedo a sus órdenes.
No obstante, la misiva nunca logró llegar a manos del presidente, ya que los mensajeros fueron asaltados durante su travesía, resultando en la irrecuperable pérdida del mensaje. Pasaron los meses y Don Gumercindo Terrazas no recibió respuesta alguna. Ante esta situación, no le quedó más opción que hablar con los campesinos que formaban parte de la expedición, a los cuales mantenían aislados en un rancho cercano a San Pedro Madera. Al llegar al lugar, quedó atónito, ya que todos los campesinos yacían en el suelo, aparentemente sin vida, o al menos eso sugería la escena.