Sombra y Niebla: La pesadilla de Madera (cuarta parte)
La Estación Espacial Internacional (EEI) flotaba en silencio en el vacío del espacio profundo. Los astronautas a bordo estaban ocupados realizando experimentos científicos y manteniendo el funcionamiento de la estación. De repente, sonó una alarma en la sala de control de la EEI, y las luces parpadearon intensamente.
Astronauta 1: (hablando por comunicación interna) “¡Equipo, algo está sucediendo aquí! Toda la estación está vibrando.”
Astronauta 2: “¡Espera, estoy viendo algo en el radar! ¡Hay una anomalía en las coordenadas Lat. 29.19699371600182, Long. -108.1651596171037!”
El comandante de la misión se acercó a la consola de comunicación y se puso en contacto con el centro de mando de la EEI en la Tierra.
Comandante: “Centro de mando, aquí la Estación Espacial Internacional. Tenemos una situación de emergencia. Hemos detectado una extraña tormenta en las coordenadas Lat. 29.19699371600182, Long. -108.1651596171037, en Cd. Madera, Chihuahua, México. La tormenta no parece seguir patrones normales. No hay relámpagos, y su forma es completamente inusual.”
Control de Misión: “¿Puedes proporcionar más detalles, Estación Espacial Internacional?”
Astronauta 3: “Es difícil de describir, pero la tormenta tiene colores cambiantes y formas incomprensibles. Parece como si estuviera desafiando las leyes de la física. Es… aterrador.”
Control de Misión: “¡Entendido, EEI! Mantén la distancia y observa la tormenta con cautela. Estamos enviando equipos de expertos para investigar el fenómeno. Informaremos al gobierno mexicano de la situación”.
Mientras los astronautas observaban la tormenta anómala desde la EEI, esta continuaba expandiéndose en todas direcciones de una manera desconcertante. Los objetos se distorsionarán y desaparecian en su interior, y las comunicaciones se volverán cada vez más inestables.
Astronauta 1: “Esto es como nada que hayamos visto antes. Es como si la realidad misma se estuviera desmoronando”.
En efecto, la tormenta había desaparecido de su vista mientras la Estación Espacial Internacional avanzaba en su órbita alrededor del planeta. Ahora, la tripulación debía esperar otros 90 minutos hasta que la estación completara otra vuelta al planeta y pudiera intentar comunicarse nuevamente con el centro de mando en la Tierra.
Astronauta 2: “La tormenta desapareció de nuestra vista porque avanzamos en la órbita. Deben de estar al tanto de lo que está sucediendo en el centro de mando. Sigamos observando y esperándonos que vuelva a aparecer cuando estemos en posición”.
Astronauta 3: “Esta espera se siente interminable. No puedo quitarme de la cabeza lo que vimos. Es como si la tormenta estuviera jugando con nosotros, como si no perteneciera a este mundo”.
Los minutos avanzaban con una lentitud exasperante mientras la EEI continuaba su órbita alrededor del planeta Tierra. Finalmente, llegó el momento de intentar la comunicación nuevamente. Sin embargo, antes de hacerlo, todos quedaron atónitos al echar un vistazo por la escotilla. La escena que se desplegaba ante ellos era tan aterradora como intrigante. El comandante intentó comunicarse, pero solo obtuvo un silencio espeluznante como respuesta. Con la mirada llena de incertidumbre, avanzó hacia una de las escotillas y observó la escalofriante escena que se revelaba ante ellos.
El planeta entero perdió su color azul, sumiéndose en un gris plomizo y ominoso. A diferencia de Venus, no reflejaba ni un destello de luz; en su lugar, la absorbía vorazmente. Una sensación de pavor se apoderó de ellos, como si fueran los últimos vestigios de la humanidad en un universo que había caído en el abismo de lo desconocido. La ausencia de color y vida en la Tierra envolvía sus corazones en un frío que no podía ser explicado. El miedo se apoderó de sus almas, haciéndoles preguntarse si habían cruzado un umbral hacia lo inimaginable, donde los horrores de lo desconocido aguardaban para desvelarse ante sus ojos.
La Tierra, en ese instante, se había transformado en un mundo gris y tétrico, un paisaje de pesadilla donde la esperanza se había desvanecido por completo. La oscuridad se cernía sobre ellos, asfixiante y amenazante. El silencio era ensordecedor, y la sensación de ser los últimos humanos en la Tierra les oprimía el pecho como un yugo de condena.
En medio de este escalofriante escenario, el capitán se enfrentó a una verdad aún más espeluznante: lo que fuera que estuviera sucediendo en Cd. Madera había alcanzado cada rincón del planeta, extendiendo su manto de desolación. Era en Cd. Madera, en medio de esa oscura pesadilla, donde el enigma debía resolverse.
De regreso a la Tierra, en Cd. Madera, la desesperación y el terror se habían convertido en compañeros inquebrantables, tejidos en las fibras mismas de la pesadilla. Una niebla impenetrable se extendía sobre la tierra, como el manto de la perdición, convirtiendo a cada ser viviente en una pesadilla hecha realidad. Inhalabas un poco de ese aire viciado y tu destino quedaba sellado, pues de inmediato tu conciencia te hacía presa de tus peores temores. Era como si te arrojara a un infierno perpetuo, donde cada sensación era una tortura incesante.
Podías sentir tu quema viva una y otra vez, como si las llamas devoraran tu piel y carne sin piedad. Cada hueso de tu cuerpo se rompía en un sinfín de agonías, y el aceite hirviente te sumergía en una eternidad de sufrimiento. La niebla no solo envolvía tus sentidos, sino que penetraba en las entrañas de tu mente, donde tu cordura se desmoronaba y quedaba a merced de tus peores demonios.
Mientras la niebla se apoderaba de tu ser, los ojos de quienes se aventuraban en esa bruma maldita perdían su brillo, convirtiéndose en ventanas vacías hacia un abismo sin fondo. Sus almas se disolvían, dejando solo un cascarón humano sin vida, atrapado en un ciclo de pesadillas interminables. La niebla de Cd. Madera había transformado el mundo en un infierno terrenal, donde la cordura y la esperanza se habían desvanecido por completo.
Las almas perdidas, ahora privadas de la humanidad, se comportaban como bestias enloquecidas. Cualquier ser que brillara con un destello de vida en sus ojos se convertía en el objetivo de su ferocidad. Los aterradores monstruos que antes fueron seres humanos y animales atacaban con una semilla de sangre insaciable, devorando todo lo que se interponía en su camino. En Cd. Madera, la niebla había desatado un horror indescriptible, convirtiendo un lugar una vez familiar en una pesadilla que desafió toda lógica y comprensión.
Los maderenses habían encontrado un excelente refugio en el gimnasio municipal gracias a Campeón Costa, quien, con una mente inquebrantable, se dio cuenta de que la niebla tenía sus límites. La maligna bruma controlaba todo lo que tocaba, pero se desvanecía en su impotencia ante lo que no podía alcanzar. En las casas, las personas permanecían a salvo, pero eso no les libraba de la aterradora sinfonía de sufrimiento que se desplegaba en el exterior.
Dentro de las casas, los maderenses escuchaban los lamentos y gritos de quienes se aventuraban en la niebla, sus voces distorsionadas por el tormento. Los gemidos se entrelazaban con el ulular del viento, creando una cacofonía de desesperación que acechaba las sombras de sus pensamientos. Mientras permanecían en su santuario, sabían que estaban al borde del abismo, rodeados por el misterio y el horror que se cernían en las calles de Cd. Madera.
Protegidos por máscaras antiguas que eran su única línea de defensa contra el horror, Campeón Costa llegó arrastrando consigo a un grupo de niños que había logrado rescatar de un albergue sumido en la locura. Los pequeños, aterrorizados, fueron recibidos por el personal de la Cruz Roja, quienes luchaban por mantener la calma en medio del caos desatado por la niebla maldita.
Campeón, con el corazón latiendo con violencia, corrió en busca de su esposa e hijas, quienes lo esperaban con la mirada desesperada. Las lágrimas inundaron sus ojos al encontrarse de nuevo en el abrazo de su familia. Pero el respiro de alivio fue efímero, ya que un mensaje en la radio cortó el aire cargado de tensión.
La voz de Dandy Kahlo resonó, crujiente los nervios de todos los presentes. “Estamos en el asilo de ancianos. Cinco personas mayores, cuatro adultos, dos jóvenes y un niño. Necesitamos ayuda”. El eco de sus palabras se coló en la habitación, llenándola de un temor aún más profundo. Mientras los rescatados abrazaban la seguridad pasajera de sus seres queridos, el misterio y el horror continuaban su danza macabra en las calles de Cd. Madera.
Sin titubear un segundo, Campeón se alzó de un salto y se apresuró hacia su máscara, consciente de que debía convertirse en el salvador de aquellas almas inocentes. Tres hombres más, con miradas resueltas y músculos tensos, se unieron a su causa. Apenas un minuto antes de partir, Campeón se despidió de su familia, como lo hacía en cada ocasión que se aventuraba en el abismo, prometiéndoles, con la voz quebrada, que regresaría.
Con las máscaras ajustadas y sus corazones latiendo al unísono con el pulso del miedo, los valientes hombres abandonan la seguridad del gimnasio. Se ocultaron detrás de un vehículo, avanzando como sombras sigilosas en un mundo donde cualquier ruido podía desencadenar la perdición. De pronto, los aterradores gritos desgarradores se estallaron en todos los rincones, como lamentos de almas condenadas. Las sombras, acechantes y hambrientas de dolor, comenzaron a moverse, como entidades invisibles que buscaban atraparlos.
Las calles de Cd. Madera se llenaron de criaturas que un día fueron Maderenses, pero que ahora se habían convertido en abominables monstruos ansiosos de sangre y sufrimiento. En la penumbra, la lucha por la supervivencia se desencadenó, y la línea entre la vida y la pesadilla se desdibujó aún más. Campeón y sus aliados se adentraron en el abismo de lo desconocido, sabiendo que su regreso no estaba garantizado y que lo peor aún estaba por venir.
Cuando llegaron al asilo de ancianos, la espeluznante realidad se desplegó ante ellos. Un mar de criaturas grotescas y retorcidas rodeaba el lugar, con ojos sin vida y rostros deformados por la maldición que los consumía. La atmósfera se cargó con el hedor a análisis, y los susurros ininteligibles de los monstruos se filtraron en sus oídos, helándoles la sangre.
El horror alcanzó su punto máximo cuando los cuervos, con sus plumas ennegrecidas y graznidos infernales, comenzaron a volar sobre el asilo. Los siniestros pájaros, como mensajeros de la muerte, delataron la ubicación de Campeón y sus valientes compañeros. Las criaturas se abalanzaron con ferocidad, impulsadas por un hambre insaciable de carne y sufrimiento.
La lucha se convirtió en una pesadilla infernal. Los valientes hombres se enfrentaron a las criaturas viles con valor desesperado, pero la muerte se deslizaba entre las sombras, hambrienta y acechante. Uno por uno, fueron abrumados por las pesadillas vivientes, devorados por la abominación misma. Solo Campeón logró sobrevivir, luchando contra la adversidad y el terror con uñas y dientes, en una danza macabra con la muerte que amenazaba con reclamarlo.
Sin embargo, lo que encontró en el interior del asilo iba más allá de cualquier pesadilla imaginable. El encargado del asilo, quien había sido testigo de los horrores que los ancianos debían soportar, yacía en el suelo hecho pedazos. Su cuerpo destrozado era como un sombrío tributo a la venganza de la vida, una condena por su desinterés y negligencia hacia aquellos que habían confiado en él. La escena era un recordatorio macabro de la crueldad que se desataba en Cd. Madera, donde la maldición tejía su telaraña mortal sobre cada rincón del asilo de ancianos.
Dandy Kahlo, su familia, y las personas del asilo se llenaron de esperanza al ver a Campeón Costa retirando la máscara, avanzando hacia ellos. Sabían que él era la última esperanza, el único hombre en Madera capaz de enfrentar las horribles criaturas que acechaban sus vidas. Un destello de jubilo recorrió sus corazones mientras veían en Campeón a su salvador.
Sin embargo, en un instante de traición retorcida, una ventisca siniestra barrió la puerta principal, dejando entrar la niebla que se cerró a su alrededor como un sudario oscuro. Campeón quedó atrapado en su abrazo frío y maligno. La niebla lo envolvió y, en un cruel giro del destino, lo transformó en su criatura más formidable.
Un estruendoso grito de sufrimiento se desgarró de la garganta de Campeón, mientras la luz de sus ojos se apagaba. En ese momento, el recuerdo de su familia diciéndole adiós resonó en su mente, como un eco de despedida. Campeón Costa, el héroe que había enfrentado tantos horrores, se había convertido en uno de ellos, víctima de la maldición que había aislado a Cd. Madera.